El niño dobla la esquina. Como si lo esperara, escucha un campanazo, y alza la vista. Dos hombres miran el reloj a la vez, y empiezan a caminar más rápido. Otro estruendo, y se echa a correr. La madre también escucha allá en la casa, mientras recoge los vasos del desayuno. Los campanazos llegan hasta el hospital, los enfermos se despiertan y el niño corre.
Le faltan dos cuadras, otro campanazo, una, solo un poco. Al fin se ve la entrada de la escuela. En el patio sus compañeros se apresuran para formar frente a la bandera, con la misma ansiedad de las hormigas que encuentran un terrón de azúcar, y se disparan hacia él.
Así comienzan todas las mañanas en el seminternado Raúl Gómez García, de Urbano Noris. Un centro escolar donde no se conoce el ruido del timbre eléctrico; como buenos románticos rigen sus horarios por el sonido de la vieja campana que acompaña a la escuela desde su año fundacional, en 1924.
La cuerda para tocar el badajo se amarra al lado de la pizarra, y la profesora de esa aula es la encargada de tocarla en los horarios pertinentes. Esa es una misión que se hereda, los maestros que han tocado la campana a lo largo de estos 84 años podrán sentarse un día y contar las historias que no entenderá otro profesor. También lo harán sus alumnos, los únicos niños que pueden anticiparse al movimiento de toda la escuela.
Imaginemos que una cámara ha registrado lo sucedido en este lugar desde la primera mitad del siglo pasado hasta hoy. Se advertiría un gran movimiento alrededor de la campana, movimiento de niños, de profesores, de las instalaciones, que no siempre estuvieron en el mismo lugar; darían cuenta, además, de una gran cerca de púa que separaba la parte pública de la privada.
“Los de la pública les tirábamos tacos a los del otro lado, que eran los niñitos ricos” cuenta la profesora Mercedes García a cualquiera que vaya por la escuela y se interese por su historia, “aunque yo tenía amigos allí, es decir no todos eran iguales, pero los adultos se empeñaban en marcar la diferencia, en el ‘59 tumbaron la cerca y ya todo fue diferente”. Mercedes ha dedicado al magisterio y a esta institución 33 años de su vida.
También rememora las excursiones que organizaba la escuela a Dos Ríos en honor a la caída de Martí, y las veladas por el nacimiento del Apóstol, también los árboles que se sembraban en cada graduación.
“Los recuerdos de los que pasan por aquí, sean alumnos o profesores son muy diferentes a los de otro centro, porque siempre hemos tenido nuestras tradiciones; sobre todo el sonido de la campana, que lo matiza todo, siempre fue así; hemos tenido la posibilidad de poner un timbre, es menos trabajoso, pero la campana es muy nuestra, esta escuela no sería la misma sin ella”, asegura Mercedes.
“Fuera del aula no sé nadar”, dice con orgullo. Ella está a punto de retirarse, por primera vez va a pasar más tiempo en cualquier otro lugar que en esta escuela, aquí estudiaron sus padres, ella, sus hijos -la menor tiene 36 años-, y sus nietos.
La Raúl Gómez García hace cinco años, cambió las enormes naves de madera y techo de fibro, por aulas de mampostería. Se ha ido ampliando por la explosión de matrícula, asegura Aleida Rodríguez, su directora: “tenemos unas 20 aulas, un laboratorio de computación, una biblioteca, un salón de ajedrez, y un departamento de Logopedia. Actualmente laboran aquí 51 trabajadores, de los docentes, 21 están pasando una maestría o ya son Másters, lo cual es un gran logro en la enseñanza primaria, también hay nueve profesores en formación”.
Las voces desafinadas y alegres de al menos 300 estudiantes, entonan el Himno Nacional, y luego el himno de la escuela con letra y música de las profesoras Cirila y Nibia: …nuestra Patria socialista necesita ciudadanos y para ella es que estudiamos…
Un campanazo, ha sido la profesora. Al otro lado de la ciudad, alguien murmura ‘van a empezar las clases’, muy cerca, la gente mira el reloj para saber si la campana de la escuela sigue tan puntual como siempre.
miércoles, 16 de enero de 2008
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