viernes, 13 de abril de 2007

Una semana de abril en Gibara

Una vez vi un mar de aguas mansas en un día claro. El sosiego que producía en mí era enorme. Ese día, cuando entré por primera vez a la Villa Blanca de los Cangrejos, evoqué la imagen que una vez vi, no sé donde, pero tuve la sensación de haber estado allí antes.


Participaba en esta historia como parte del equipo de realización de las memorias del primer Festival Internacional de Cine Pobre. Serían entrevistados sobre todo las figuras más significativas de un nuevo arte de vanguardia.


La ventana del carro me descubría una ciudad increíble, los barcos, el malecón, la gente, el cine. Sobre todo un cine que no parecía pobre, acababan de restaurarlo para la ocasión.


El pueblo era muy diferente a como lo encontraría meses después en un contexto más cotidiano. Proliferaban por doquier los vendedores y otra gente que justificadamente no encajaba en el panorama. Un aire diferente, algo descuidado e informal vestía sus ropas y su andar. Los habitantes se mostraban hospitalarios. Gibara era una gran casa, repleta de cineastas de todo el mundo y el pueblo quería ser parte de eso.


Llegamos a casa de Berta, la gibareña que acogería a algunos de nosotros durante esa semana. Allí pasamos muy poco tiempo, no queríamos perder ningún detalle del Festival que se movía de la Casa de la Cultura al Cine Jibá.


“Cine pobre no quiere decir cine carente de ideas o de calidad artística, sino de restringida economía, ejecutado tanto en los países de menos desarrollo o periféricos, así como también en el seno de las sociedades rectoras a nivel económico-cultural, ya sea dentro de programas de producción oficiales, ya sea a través del cine independiente o alternativo.”


Así le habló Humberto Solás a la gran multitud que asistió a la inauguración, conmovida ante el hecho de que uno de los grandes cineastas cubanos, escogiera a Gibara como escenario de lo que por esos días sería el evento cultural más importante del país, aunque así no lo reflejaran los medios nacionales.


Los días pasaron entre una pantalla grande, mariscos, y arrecifes. Primero voz e imagen de Humberto Solás, presidente del festival, en el encuadre, donde también aparece la sala de Nancy, la gibareña con más gracia para hacer café. Luego Thomas Krempke, director de fotografía y avezado teórico en materia de realización digital; también la afable Adela Legrá, con su pamela y su sonrisa sincera, junto a Isabel Santos.


En una semana de abril, en un lugar llamado Gibara, Aurora Basnuevo, Mario Limonta y Arturo Sotto, compartían una cerveza con sus admiradores, con los que viven en el anonimato.


El ciudadano de a pie, no estaba muy convencido de lo que era conceptualmente el cine pobre, sin embargo abarrotaban los cines, y daban su opinión en la calle. Los misterios del sexo y quizás la tendencia de un gran número de películas cubanas de la década del 90’, hizo que buscaran las cintas que más escenas de este tipo exhibían. No por gusto “La novia de Lázaro” del español Fernando Merinero alcanzó el premio de la popularidad.


Luego ¡Gran Premio al Mejor Guión Inédito, a la mejor obra de ficción ex aequo, al Mejor Autor Autodidacta de Latinoamérica y el Caribe, Premio a la crítica y Gran Premio Cesare Zavattini al Mejor Documental! Así llegaba a su fin esta primera vez.


Ya el Festival celebra un lustro. El filme francés Suzanne, de la directora Vivianne Candas inaugurará esta V edición en la noche del 16. Comienza otra semana de abril en la que un séptimo arte alternativo, pobre de recursos, pero rico en ideas, inunda Gibara.

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