viernes, 18 de julio de 2008

No voy a colgar el título

El ritual de colgar títulos en la pared ha perdido su popularidad, ¿Por qué? Quizás tenga que ver con la naturaleza rebelde de los jóvenes, para romper esquemas e imponerse con ese espontáneo “ya no se usa”. Pero hay algo más allá.

Llegar a la Universidad era un destino que no estaba reservado a todos. Antes del triunfo revolucionario, habían en Cuba, 15 mil graduados en la Educación Superior. Después de esa fecha, la cifra llegó a 747 mil 554, hasta el curso pasado. Es decir, que solo en estos 50 años se han graduado, 732 mil 554 personas, y en los 231 años que tenía la Universidad Cubana al triunfo del ’59, solo 15 mil. No digo yo si iban a colgar el título en la sala. Hasta flores debieron ponerle.

Pero ya la universidad no es ese terreno exclusivo y elitista, reservado a unos pocos que miran por encima del hombro al resto de la sociedad. En su apertura, ha llegado a límites que no se preveían hace más de un lustro cuando se hablara por primera vez de la universalización.

Las cifras que este año emiten las Casas de Altos Estudios podrían asombrar a cualquiera. Solo la Universidad de Holguín, aumentó su número de graduados de 605, en el curso pasado, a 849 en este curso y el Instituto Superior de Cultura Física Manuel Fajardo, tuvo un aumento de 173, en el 2007, a 827 en esta graduación, casi cinco veces más. Ambas instituciones deben este crecimiento a los primeros egresados de la universalización de la enseñanza, que en el Fajardo fueron alrededor de 500, y en la Universidad 151. Hablamos de más de 650 profesionales menos en Holguín si no existiera este proyecto.

En el caso del Instituto Pedagógico y la Facultad de Ciencias Médicas, la universalización ha sustituido el modelo tradicional de cinco años de la casa a la escuela, y ha puesto a los estudiantes de cara a los problemas de la sociedad.

Por ejemplo, en el Pedagógico, desde el 2002, los alumnos de todas las carreras, pasan un primer año intensivo en la institución, y luego se incorporan a la escuela más cercana a su comunidad. Los fines de semana van a la sede para seguir recibiendo la teoría.

Como resultado, cinco años después, al final del curso pasado, aumentaron los graduados de mil 269 a más de 2 mil, al igual que este año. Al final, vuelven a sus aulas con un título universitario y cuatro años de experiencia.

En la Facultad de Ciencias Médicas pasa algo parecido. Desde que entra, el alumno se vincula a un Policlínico y recibe el contenido.

Para estos estudiantes la graduación tal vez no sea ese momento nostálgico, ese gran punto de ruptura, entre una vida y otra como lo siguen viendo los vinculados al Curso Regular Diurno, pues ya se sienten trabajadores, responsables de un puesto, desde el inicio de sus carreras.

Aún así la entrega del diploma regocija, porque se llega a un descanso en esa gran cúspide que comenzaron a ascender hace algunos años.

Seguro no faltaran el vestido y los zapatos nuevos, la felicitación de la familia y los amigos, la fiesta. Y habrá también quien cuelgue el título en la pared, por complacer a su madre, pero no por convicción propia, porque graduarse de la universidad ya no es lo más importante.

Antes era un reto llegar a ella, y colgar el papel, era como colgar los guantes, porque lo más difícil ya había pasado. Pero no, con el pleno acceso a la Educación Superior se ha entendido que el mérito no está en graduarse, sino en poner en práctica lo que se aprendió en los años de estudio, y aportar a los demás de la mejor manera posible.



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