El fondo habitacional ya deteriorado antes del fenómeno meteorológico, sufrió daños considerables, en más del 80 por ciento, pero en estos momentos se imponen la tranquilidad, la solidaridad y la disposición a revertir el hecho.
Caridad Reyes, que nació y creció en el pequeño pueblo de Antilla, expresó a nuestro semanario “jamás habíamos visto algo parecido, mi casa quedó en pie, pero la de mis dos hijas se cayeron. Allá tengo a nueve personas, entre ancianos, niños que también perdieron sus hogares, y allí estamos conviviendo, les estoy dando comida, cocinamos con un fogón de petróleo”.
Raciel Rondón, otro vecino del lugar, sí perdió su casa por completo “allí no hay nada que rescatar”. Aún sigue evacuado en la Dirección Municipal de Educación, uno de los centros estatales alternativos habilitados antes del paso de Ike para dar resguardo a aquellos que pudieran estar en peligro.
“Esto está muy difícil, el huracán nos agredió con todas sus fuerzas, por ahora no nos falta comida. El Delegado fue allá al barrio y sabe de nuestra situación, pero ahora hay que inventar, echar pa` lante hasta que lleguen los recursos, porque esto es en el país entero, dijo Raciel al ¡ahora!
Esa es la misma situación del matrimonio de Yandira Barceló y Alexis Guach, quienes también perdieron su casa, y se encuentran en el Puesto de Comercio, donde reciben la alimentación necesaria.
Los antillanos tienen una ardua tarea por delante. El Consejo de Defensa Municipal desde las tres de la mañana del lunes, cuando se dejaron de sentir los imbates del huracán, comenzó a prepararse, primero para tener pleno conocimiento del daño causado en las viviendas, en la economía, y luego para seguir brindando alimento, información y apoyo a los damnificados.
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