Desde el paso de Ike por Holguín cerca de 100 camiones se han estado agrupando todos los días para recoger escombros en los barrios de la ciudad y el resto de la provincia. Hace unos días la operación llegó a su final. Lea una crónica del último día...
Recostados sobre la parte delantera de sus camiones, discutían sobre un suceso ocurrido el día anterior. Con la tranquilidad de quien se recrea en su rutina habitual, los hombres pasaban la mano a la gran mole de hierro, como si acariciaran a una mascota. Esta era la décimo segunda ocasión en que René, chofer de una Empresa Azucarera en Holguín, acudía a esta gran plaza a la que llaman “la pista” o “el Feliú” para reunirse con otros camioneros antes de recorrer la ciudad, y recoger lo que aún quedaba de escombros.
Esta vez, sus compañeros seguían hablando del mismo tema de días anteriores: “mira, aquí desbarató los árboles, pero allí no hizo casi nada”. Era increíble, ya habían pasado más de 20 días del ciclón y aún hablaban de lo mismo: ¿Dónde pasaste esa noche? Le preguntó uno de sus colegas, pero solo atinó a responder con una sonrisa de asombro. Aún debía informar su nombre y la chapa, además de recoger el vale del combustible para habilitar por la tarde.
Jesús, el responsable de enviar a cada uno para la zona en que mayor cantidad de escombros había aún, no despegaba los ojos de una pequeña libreta y caminaba de un lado para otro, rodeado de un grupo de hombres ansiosos por saber el lugar en que trabajarían esa mañana.
“Hoy tú sigues en la zona del Lenin, Nuevo Llano y toda esa parte”. René asintió con la mirada y se subió al carro, en cuya puerta se leía: Minaz, UEB Antonio Maceo, Holguín. En otros vehículos se veían letreros similares, pero con el distintivo de ECOI 17, ECOPP, MINBAS.
A su derecha, se abrió la otra puerta y apareció Carlos, delegado de una de las circunscripciones en las que ya había trabajado. ¿Nos vamos? René arrancó el carro.
“Este zil es del ’63, claro que le cambiaron el motor hace 11 años, ahora es de petróleo” conversaba René con su compañero cuando dobló a la izquierda y se encaminó por una calle de mucho tránsito de la que no recordaba el nombre, aunque la conocía bien.
Llevaba casi dos semanas en esto. Había calculado que, si a un zil-130 le caben cinco metros cúbicos de escombro y cada día hacía cinco viajes, llevaba recogido ya unos 300 metros cúbicos en lo que iba de trabajo, desde que le dijeron que “debía abandonar la Empresa para incorporarse a los labores de recuperación”.
Claro que si tuviera un kamaz, la cosa sería más rápida porque le cabe el doble, pero debía conformarse con el zil, de todas formas, nunca le había fallado, nunca en los momentos más importantes.
En todo esto pensaba René cuando llegó al primer barrio. La basura se amontonaba en tres bultos a un lado de la calle, desierta aún por lo temprano que era, las 8 y media, pudo calcular por el frescor y las luces. Estuvo sentado mientras aparecían los vecinos, el delegado fue a buscar a la presidenta del CDR y a los demás de la cuadra.
A René le pareció que había vivido esto antes, ya casi podía predecir lo que sucedió luego: salieron los hombres, algunos con guantes, y las mujeres con escobas. Empezaron a cargar las hojas, los pedazos de madera, los pequeños troncos de algún árbol que hubo una vez por allí. Todo le parecía muy familiar. Creía reconocer a los mismos que ayer trabajaron con él en otra parte, pero claro, eran otros vecinos.
El carro se llenó. Ya para esa hora René estaba sudado, con las manos sucias y el sabor del café que le había brindado una vecina hacía más de una hora. Se montó en el camión y arrancó. El próximo destino era el Vertedero de Cinco Palmas. Hacia allá se encaminó cuando aún eran las 11 de la mañana, y a las 12 estuvo de vuelta.
Cuando comenzaba a sentirse el frescor de la noche, ya René había ido cinco veces al Vertedero. Lo rodeaban rostros sudados y rojos por el sol. Casi a las ocho se fue a la casa. En el camino puso la emisora de siempre y espero el nuevo día.
Al llegar a la mañana siguiente le esperaban como todos los días después de que Ike pasara por Holguín, una hilera enorme de camiones a ambos lados de la pista, y sus compañeros conversando de lo que habían hecho el día anterior y del huracán. Por fin, alguien le dijo que su carro no iría a recoger escombros hoy y su primera reacción fue de alegría, pero de inmediato se puso serio. No sabía por qué experimentaba ese impulso de volver a repetir la jornada de días anteriores. De todas formas se sintió orgulloso cuando alguien dijo “ya estamos terminando, ayer recogimos cantidad de escombros, ya está casi todo está limpio”.
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